INTRODUCCIÒN
Guerra, en su significado real, es sinónimo de combate, porque únicamente el combate es el principio válido en la actividad múltiple que llamamos en un sentido amplio guerra. El combate es una prueba de la intensidad que adquieren las fuerzas espirituales y físicas por su intermedio. Es de por sí evidente que la parte espiritual no puede ser omitida, porque el estado de ánimo es el que ejerce la más decisiva influencia sobre las fuerzas que se emplean en la guerra.
Las necesidades del combate han conducido a los hombres a efectuar invenciones particulares con el fin de decantar en su favor las ventajas que aquél puede depararles. Como consecuencia de estos hallazgos, el combate ha experimentado grandes cambios, pero cualquiera que sea la dirección por la que se encamine, su concepto permanece inalterado, siendo él el que define a la guerra.
Los inventos se refieren, en primer término, a armas y equipos para uso de los combatientes individuales. Tienen que ser suministrados y aprendidos en su manejo antes de entrar en combate. Se crean de acuerdo con la naturaleza de éste y, por lo tanto, se supeditan a él; pero es evidente que su invención se aparta del combate en sí: se trata tan sólo de una preparación para el combate, y no de su ejecución. De ello se desprende que ni las armas y ni los equipos forman una parte esencial del concepto de combate, ya que una simple lucha constituye asimismo un combate.
Las necesidades del combate han conducido a los hombres a efectuar invenciones particulares con el fin de decantar en su favor las ventajas que aquél puede depararles. Como consecuencia de estos hallazgos, el combate ha experimentado grandes cambios, pero cualquiera que sea la dirección por la que se encamine, su concepto permanece inalterado, siendo él el que define a la guerra.
Los inventos se refieren, en primer término, a armas y equipos para uso de los combatientes individuales. Tienen que ser suministrados y aprendidos en su manejo antes de entrar en combate. Se crean de acuerdo con la naturaleza de éste y, por lo tanto, se supeditan a él; pero es evidente que su invención se aparta del combate en sí: se trata tan sólo de una preparación para el combate, y no de su ejecución. De ello se desprende que ni las armas y ni los equipos forman una parte esencial del concepto de combate, ya que una simple lucha constituye asimismo un combate.
El combate determina todo cuanto se refiere a las armas y los equipos, y éstos a su vez modifican la esencia del combate. En consecuencia, existe una relación recíproca entre unos y otro.
No obstante, el combate constituye una forma bastante peculiar de actividad, tanto más cuanto que se desarrolla en torno a un elemento muy especial, como es el peligro.
No obstante, el combate constituye una forma bastante peculiar de actividad, tanto más cuanto que se desarrolla en torno a un elemento muy especial, como es el peligro.
Por lo tanto, si en algún lugar se presenta la necesidad de trazar una línea entre dos actividades diferentes, ese lugar es éste, y para darnos claramente cuenta de la importancia práctica que encierra esta idea bastará con recordar cuán a menudo la aptitud personal, capaz de obtener un buen resultado en un terreno, no se manifiesta en otros, por grande que sea, sino en forma de pedantería trivial.
Tampoco resulta difícil hacer una distinción en su aplicación en una actividad u otra, si consideramos a las fuerzas armadas y equipadas como unos medios que nos son dados. Para el uso eficaz de esas fuerzas no necesitamos conocer otra cosa que sus resultados más importantes.
En consecuencia, el arte de la guerra, en su verdadero sentido, es el arte de hacer uso en combate de los medios dados, y a ello no cabe asignarle un nombre mejor que el de «conducción de la guerra». Por otra parte, en el más amplio de los sentidos, todas aquellas actividades que concurren, por descontado, en la guerra ––todo el proceso de creación de las fuerzas armadas, es decir, el reclutamiento, el armamento, el equipamiento y el adiestramiento–– pertenecen a ese arte de la guerra.
Para establecer una teoría ajustada a la realidad resulta fundamental separar esas actividades de conducción y preparación, ya que fácilmente se advierte que, si todo el arte de la guerra se agotara en cómo organizar y adiestrar las fuerzas armadas para la conducción de la guerra, de acuerdo con las exigencias de ésta, tan sólo sería posible su aplicación en la práctica a los pocos casos en que las fuerzas realmente existentes respondieran exactamente a esas exigencias. Si, por otro lado, nuestro deseo se encamina a disponer de una teoría que se adecúe a la mayoría de los casos y sea aplicable a todos ellos, debe tener ésta como fundamento la gran mayoría de los medios usuales que sirven para hacer la guerra, y, con respecto a ellos, basarse sólo en sus resultados más importantes.
La dirección de la guerra equivale, por lo tanto, a la preparación y la conducción del combate. Si éste fuera un acto único, no habría necesidad de ninguna otra subdivisión. Pero el combate está compuesto de un número más o menos grande de actos aislados, cada uno completo en sí mismo, que llamamos encuentros (como hemos señalado en el libro I, capítulo I) y que forman unas nuevas unidades. Se derivan de aquí dos actividades distintas: //preparar y conducir individualmente //estos encuentros aislados, y //combinarlos unos con otros //para alcanzar el objetivo de la guerra. La primera de estas actividades es llamada //táctica, //la segunda se denomina //estrategia.//
Tal división en táctica y estrategia se usa ahora de forma bastante general, de manera que todos saben medianamente bien en qué parte cabe colocar cualquier hecho aislado, sin necesidad de conocer con claridad sobre qué base se efectuó esa división. Pero para que esa distinción entre una y otra sea adoptada ciegamente en la práctica, tiene que existir una razón profunda. Nuestras inquisiciones nos permiten afirmar que ha sido tan sólo el uso de la mayoría el que nos ha hecho tener conciencia de ella. Por otro lado, debemos considerar como ajenas al uso corriente ciertas definiciones arbitrarias y fuera de lugar nacidas de la búsqueda realizada por algunos escritores.
Por lo tanto, siempre de acuerdo con nuestra clasificación, la táctica constituye la enseñanza del //uso// //de las fuerzas armadas en los encuentros, //y// //la estrategia, la del //uso// //de los encuentros para alcanzar el objetivo de la guerra.//
Porqué la idea del encuentro aislado e independiente es más concretamente definida, y sobre qué condiciones descansa esta unidad, será cosa difícil de elucidar, hasta tanto no examinemos con más detalle el encuentro. Por ahora nos limitaremos a decir que, en relación con el espacio, esto es, en el caso de encuentros simultáneos, la unidad se extiende sólo hasta el //mando personal, //pero en relación con el tiempo, o sea, en el caso de encuentros sucesivos, aquélla se prolonga hasta que haya terminado por completo la crisis presente en todo encuentro.
El hecho de que puedan surgir casos dudosos, en los cuales varios encuentros pueden ser igualmente considerados como una unidad, no bastará para desestimar el principio de clasificación que hemos adoptado, porque comparte esa peculiaridad con todos los principios similares que se aplican a las realidades que, aunque distintas, tienen siempre lugar siguiendo uno a otro tipo de transición gradual. Así podrá haber, por descontado, casos particulares de acción que cabe también considerar, sin que ello implique cambio alguno en nuestro punto de vista, como pertenecientes tanto a la táctica como a la estrategia: por ejemplo, posiciones muy amplias, semejantes a cadenas de puestos, disposiciones efectuadas para ciertos cruces de ríos, y casos análogos.
Nuestra clasificación comprende y agota solamente el uso //de las fuerzas armadas. //Pero existe en la guerra cierto número de actividades, subordinadas y sin embargo diferentes, que están relacionadas con este uso más o menos estrechamente. Todas ellas se refieren al //mantenimiento de las fuerzas armadas. //Así como la creación y el adiestramiento de estas fuerzas precede a su uso, así su mantenimiento es inseparable y resulta una condición necesaria para él. Pero, en un sentido estricto, todas esas actividades relacionadas entre sí deben ser consideradas siempre como preparativos para el combate. Por supuesto, por estar relacionadas muy estrechamente con la acción, están presentes en todo el desarrollo de la guerra y aparecen alternativamente durante el uso de las fuerzas. En consecuencia, podemos con todo derecho excluirlas del arte de la guerra en su sentido estricto, es decir, de la conducción de la guerra propiamente dicha, y tenemos que proceder así si queremos cumplir con el principio original de toda teoría: la separación de las cosas que son distintas. ¿Quién incluiría en la conducción misma de la guerra cosas tales como la manutención o la administración? Es cierto que se hallan en constante relación recíproca con el uso de las tropas, pero difieren esencialmente de él.
Tampoco resulta difícil hacer una distinción en su aplicación en una actividad u otra, si consideramos a las fuerzas armadas y equipadas como unos medios que nos son dados. Para el uso eficaz de esas fuerzas no necesitamos conocer otra cosa que sus resultados más importantes.
En consecuencia, el arte de la guerra, en su verdadero sentido, es el arte de hacer uso en combate de los medios dados, y a ello no cabe asignarle un nombre mejor que el de «conducción de la guerra». Por otra parte, en el más amplio de los sentidos, todas aquellas actividades que concurren, por descontado, en la guerra ––todo el proceso de creación de las fuerzas armadas, es decir, el reclutamiento, el armamento, el equipamiento y el adiestramiento–– pertenecen a ese arte de la guerra.
Para establecer una teoría ajustada a la realidad resulta fundamental separar esas actividades de conducción y preparación, ya que fácilmente se advierte que, si todo el arte de la guerra se agotara en cómo organizar y adiestrar las fuerzas armadas para la conducción de la guerra, de acuerdo con las exigencias de ésta, tan sólo sería posible su aplicación en la práctica a los pocos casos en que las fuerzas realmente existentes respondieran exactamente a esas exigencias. Si, por otro lado, nuestro deseo se encamina a disponer de una teoría que se adecúe a la mayoría de los casos y sea aplicable a todos ellos, debe tener ésta como fundamento la gran mayoría de los medios usuales que sirven para hacer la guerra, y, con respecto a ellos, basarse sólo en sus resultados más importantes.
La dirección de la guerra equivale, por lo tanto, a la preparación y la conducción del combate. Si éste fuera un acto único, no habría necesidad de ninguna otra subdivisión. Pero el combate está compuesto de un número más o menos grande de actos aislados, cada uno completo en sí mismo, que llamamos encuentros (como hemos señalado en el libro I, capítulo I) y que forman unas nuevas unidades. Se derivan de aquí dos actividades distintas: //preparar y conducir individualmente //estos encuentros aislados, y //combinarlos unos con otros //para alcanzar el objetivo de la guerra. La primera de estas actividades es llamada //táctica, //la segunda se denomina //estrategia.//
Tal división en táctica y estrategia se usa ahora de forma bastante general, de manera que todos saben medianamente bien en qué parte cabe colocar cualquier hecho aislado, sin necesidad de conocer con claridad sobre qué base se efectuó esa división. Pero para que esa distinción entre una y otra sea adoptada ciegamente en la práctica, tiene que existir una razón profunda. Nuestras inquisiciones nos permiten afirmar que ha sido tan sólo el uso de la mayoría el que nos ha hecho tener conciencia de ella. Por otro lado, debemos considerar como ajenas al uso corriente ciertas definiciones arbitrarias y fuera de lugar nacidas de la búsqueda realizada por algunos escritores.
Por lo tanto, siempre de acuerdo con nuestra clasificación, la táctica constituye la enseñanza del //uso// //de las fuerzas armadas en los encuentros, //y// //la estrategia, la del //uso// //de los encuentros para alcanzar el objetivo de la guerra.//
Porqué la idea del encuentro aislado e independiente es más concretamente definida, y sobre qué condiciones descansa esta unidad, será cosa difícil de elucidar, hasta tanto no examinemos con más detalle el encuentro. Por ahora nos limitaremos a decir que, en relación con el espacio, esto es, en el caso de encuentros simultáneos, la unidad se extiende sólo hasta el //mando personal, //pero en relación con el tiempo, o sea, en el caso de encuentros sucesivos, aquélla se prolonga hasta que haya terminado por completo la crisis presente en todo encuentro.
El hecho de que puedan surgir casos dudosos, en los cuales varios encuentros pueden ser igualmente considerados como una unidad, no bastará para desestimar el principio de clasificación que hemos adoptado, porque comparte esa peculiaridad con todos los principios similares que se aplican a las realidades que, aunque distintas, tienen siempre lugar siguiendo uno a otro tipo de transición gradual. Así podrá haber, por descontado, casos particulares de acción que cabe también considerar, sin que ello implique cambio alguno en nuestro punto de vista, como pertenecientes tanto a la táctica como a la estrategia: por ejemplo, posiciones muy amplias, semejantes a cadenas de puestos, disposiciones efectuadas para ciertos cruces de ríos, y casos análogos.
Nuestra clasificación comprende y agota solamente el uso //de las fuerzas armadas. //Pero existe en la guerra cierto número de actividades, subordinadas y sin embargo diferentes, que están relacionadas con este uso más o menos estrechamente. Todas ellas se refieren al //mantenimiento de las fuerzas armadas. //Así como la creación y el adiestramiento de estas fuerzas precede a su uso, así su mantenimiento es inseparable y resulta una condición necesaria para él. Pero, en un sentido estricto, todas esas actividades relacionadas entre sí deben ser consideradas siempre como preparativos para el combate. Por supuesto, por estar relacionadas muy estrechamente con la acción, están presentes en todo el desarrollo de la guerra y aparecen alternativamente durante el uso de las fuerzas. En consecuencia, podemos con todo derecho excluirlas del arte de la guerra en su sentido estricto, es decir, de la conducción de la guerra propiamente dicha, y tenemos que proceder así si queremos cumplir con el principio original de toda teoría: la separación de las cosas que son distintas. ¿Quién incluiría en la conducción misma de la guerra cosas tales como la manutención o la administración? Es cierto que se hallan en constante relación recíproca con el uso de las tropas, pero difieren esencialmente de él.
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