martes, 6 de diciembre de 2011

LAS GUERRAS

INTRODUCCIÒN
Guerra, en su significado real, es sinónimo de combate, porque únicamente el combate es el principio válido en la activi­dad múltiple que llamamos en un sentido amplio guerra. El combate es una prueba de la intensidad que adquieren las fuerzas espirituales y físicas por su intermedio. Es de por sí evidente que la parte espiritual no puede ser omitida, porque el estado de áni­mo es el que ejerce la más decisiva influencia sobre las fuerzas que se emplean en la guerra.

Las necesidades del combate han conducido a los hombres a efectuar invenciones particulares con el fin de decantar en su favor las ventajas que aquél puede depararles. Como consecuencia de estos hallazgos, el combate ha experimentado grandes cambios, pero cualquiera que sea la dirección por la que se en­camine, su concepto permanece inalterado, siendo él el que defi­ne a la guerra.

Los inventos se refieren, en primer término, a armas y equi­pos para uso de los combatientes individuales. Tienen que ser suministrados y aprendidos en su manejo antes de entrar en combate. Se crean de acuerdo con la naturaleza de éste y, por lo tanto, se supeditan a él; pero es evidente que su invención se aparta del combate en sí: se trata tan sólo de una preparación para el combate, y no de su ejecución. De ello se desprende que ni las armas y ni los equipos forman una parte esencial del con­cepto de combate, ya que una simple lucha constituye asimismo un combate.
El combate determina todo cuanto se refiere a las armas y los equipos, y éstos a su vez modifican la esencia del combate. En consecuencia, existe una relación recíproca entre unos y otro.

No obstante, el combate constituye una forma bastante pe­culiar de actividad, tanto más cuanto que se desarrolla en torno a un elemento muy especial, como es el peligro.

Por lo tanto, si en algún lugar se presenta la necesidad de trazar una línea entre dos actividades diferentes, ese lugar es és­te, y para darnos claramente cuenta de la importancia práctica que encierra esta idea bastará con recordar cuán a menudo la aptitud personal, capaz de obtener un buen resultado en un te­rreno, no se manifiesta en otros, por grande que sea, sino en for­ma de pedantería trivial.

Tampoco resulta difícil hacer una distinción en su aplica­ción en una actividad u otra, si consideramos a las fuerzas arma­das y equipadas como unos medios que nos son dados. Para el uso eficaz de esas fuerzas no necesitamos conocer otra cosa que sus resultados más importantes.

En consecuencia, el arte de la guerra, en su verdadero sen­tido, es el arte de hacer uso en combate de los medios dados, y a ello no cabe asignarle un nombre mejor que el de «conducción de la guerra». Por otra parte, en el más amplio de los sentidos, todas aquellas actividades que concurren, por descontado, en la guerra ––todo el proceso de creación de las fuerzas armadas, es decir, el reclutamiento, el armamento, el equipamiento y el adiestramiento–– pertenecen a ese arte de la guerra.

Para establecer una teoría ajustada a la realidad resulta fun­damental separar esas actividades de conducción y preparación, ya que fácilmente se advierte que, si todo el arte de la guerra se agotara en cómo organizar y adiestrar las fuerzas armadas para la conducción de la guerra, de acuerdo con las exigencias de ésta, tan sólo sería posible su aplicación en la práctica a los pocos ca­sos en que las fuerzas realmente existentes respondieran exacta­mente a esas exigencias. Si, por otro lado, nuestro deseo se en­camina a disponer de una teoría que se adecúe a la mayoría de los casos y sea aplicable a todos ellos, debe tener ésta como fun­damento la gran mayoría de los medios usuales que sirven para hacer la guerra, y, con respecto a ellos, basarse sólo en sus resul­tados más importantes.

La dirección de la guerra equivale, por lo tanto, a la prepa­ración y la conducción del combate. Si éste fuera un acto único, no habría necesidad de ninguna otra subdivisión. Pero el combate está compuesto de un número más o menos grande de actos aislados, cada uno completo en sí mismo, que llamamos encuen­tros (como hemos señalado en el libro I, capítulo I) y que for­man unas nuevas unidades. Se derivan de aquí dos actividades distintas: //preparar y conducir individualmente //estos encuentros aislados, y //combinarlos unos con otros //para alcanzar el objetivo de la guerra. La primera de estas actividades es llamada //táctica, //la segunda se denomina //estrategia.//

Tal división en táctica y estrategia se usa ahora de forma bastante general, de manera que todos saben medianamente bien en qué parte cabe colocar cualquier hecho aislado, sin ne­cesidad de conocer con claridad sobre qué base se efectuó esa división. Pero para que esa distinción entre una y otra sea adop­tada ciegamente en la práctica, tiene que existir una razón pro­funda. Nuestras inquisiciones nos permiten afirmar que ha sido tan sólo el uso de la mayoría el que nos ha hecho tener concien­cia de ella. Por otro lado, debemos considerar como ajenas al uso corriente ciertas definiciones arbitrarias y fuera de lugar naci­das de la búsqueda realizada por algunos escritores.

Por lo tanto, siempre de acuerdo con nuestra clasificación, la táctica constituye la enseñanza del //uso// //de las fuerzas armadas en los encuentros, //y// //la estrategia, la del //uso// //de los encuentros pa­ra alcanzar el objetivo de la guerra.//

Porqué la idea del encuentro aislado e independiente es más concretamente definida, y sobre qué condiciones descansa esta unidad, será cosa difícil de elucidar, hasta tanto no examinemos con más detalle el encuentro. Por ahora nos limitaremos a decir que, en relación con el espacio, esto es, en el caso de en­cuentros simultáneos, la unidad se extiende sólo hasta el //mando personal, //pero en relación con el tiempo, o sea, en el caso de encuentros sucesivos, aquélla se prolonga hasta que haya termi­nado por completo la crisis presente en todo encuentro.

El hecho de que puedan surgir casos dudosos, en los cua­les varios encuentros pueden ser igualmente considerados como una unidad, no bastará para desestimar el principio de clasifica­ción que hemos adoptado, porque comparte esa peculiaridad con todos los principios similares que se aplican a las realidades que, aunque distintas, tienen siempre lugar siguiendo uno a otro tipo de transición gradual. Así podrá haber, por descontado, ca­sos particulares de acción que cabe también considerar, sin que ello implique cambio alguno en nuestro punto de vista, como pertenecientes tanto a la táctica como a la estrategia: por ejem­plo, posiciones muy amplias, semejantes a cadenas de puestos, disposiciones efectuadas para ciertos cruces de ríos, y casos aná­logos.

Nuestra clasificación comprende y agota solamente el uso //de las fuerzas armadas. //Pero existe en la guerra cierto número de actividades, subordinadas y sin embargo diferentes, que están relacionadas con este uso más o menos estrechamente. Todas ellas se refieren al //mantenimiento de las fuerzas armadas. //Así como la creación y el adiestramiento de estas fuerzas prece­de a su uso, así su mantenimiento es inseparable y resulta una condición necesaria para él. Pero, en un sentido estricto, todas esas actividades relacionadas entre sí deben ser consideradas siempre como preparativos para el combate. Por supuesto, por estar relacionadas muy estrechamente con la acción, están pre­sentes en todo el desarrollo de la guerra y aparecen alternativa­mente durante el uso de las fuerzas. En consecuencia, podemos con todo derecho excluirlas del arte de la guerra en su sentido estricto, es decir, de la conducción de la guerra propiamente di­cha, y tenemos que proceder así si queremos cumplir con el principio original de toda teoría: la separación de las cosas que son distintas. ¿Quién incluiría en la conducción misma de la gue­rra cosas tales como la manutención o la administración? Es cier­to que se hallan en constante relación recíproca con el uso de las tropas, pero difieren esencialmente de él.

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